Recuerdo que al final de quinto año de medicina, tuve que dar una prueba mixta de cirugía, medicina y psiquiatría. Como si esto fuera poco, una semana previa a esto tenía que dar un examen oral sobre cirugía. La cirugía no es un tema de mi agrado, no va en sintonía ni con mis aptitudes ni con mi orientación vocacional. De hecho, los conocimientos que debe tener el médico general con respecto a cirugía son pocos, realmente hay que solo saber cuándo derivar a cirujano. En fin, mi examinador resulto ser un Transplantologo Urológico, un subespecialista formado el extranjero. El doctor le dijo a mis compañeros que estaban realizando una rotación con él, que en general preguntaba cosas no relacionadas con su especialidad. Con esta información en mis manos, claramente enfoque el estudio a lo más probable que me pudiesen preguntar.
El día del examen –un día frio de invierno, antes de las vacaciones- me presente al examen. Busque a mi tutor y fuimos al servicio de Urología, para mi sorpresa no era lo que tenia esperado. Mi paciente tenia aproximadamente 70 años y consultaba por orina con sangre, claramente era un cáncer y él lo sabia; después del impacto inicial, efectué mi anamnesis sin mayores problemas (confirmando mi sospecha diagnostica). Luego de esto discutí el caso clínico con mi tutor, quien se mostro inicialmente molesto porque el paciente me había dicho su diagnostico. Posteriormente enfoco la interrogación solo frente a su síntoma; no le gusto mi enfrentamiento en cuanto sospecha ni en cuanto estudio diagnostico. Luego de tener una discusión superficial del caso me puso como graduación en 3,0. Creo que nunca antes me había sacado un rojo en toda la carrera, para mí fue un quiebre violento; con esa nota quedaba automáticamente reprobado y tenía que repetir un año completo. Sin embargo, él no se sintió en condiciones de reprobarme así que solicito una nueva evaluación frente a comisión.
Anonadado volví a mi casa, recuerdo que ese día no pude estudiar; anímicamente inestable, decidí dormir hasta el día siguiente. Pase de la pena a la rabia rápidamente; culpando inicialmente al doctor, pero luego a mi ingenuidad. En ese momento me di cuenta que no me iba a rendir. Posteriormente, tuve que ganarme la posibilidad de presentarme frente a la comisión multidisciplinaria. Fui reinterrogado por otro docente, en donde discutimos dos nuevos casos clínicos, conforme con mi desempeño aprobé y fui autorizado para el paso siguiente. Luego del examen triple semestral, tuve una semana más de estudio –todo el día, todos los días– para enfrentar la comisión, mientras mis compañeros estaban de vacaciones. Fueron arduos momentos –de duda y ansiedad anticipatoria– pero ya tenía mi resolución: no iba a echarme un ramo, no iba a perder un año. Día D: 1 comisión, 2 casos clínicos, 3 docentes; múltiples preguntas al azar de toda la materia al estilo ping-pong. ¡Match point! La aprobación de este curso me enseño que la perseverancia y la autodeterminación conllevan al éxito.